10 g. de Aloe*
5 g. de Mirra
0.2 g. de Azafrán
10 g. de hojas de Sen
10 g. de Alcanfor**
10 g. de raíces de Ruibarbo
10 g. de raíces de Cedoaria
10 g. de Maná
10 g. de Teriaca veneciana
5 g. de raíces de Carlina
10 g. de raíces de Angélica
Estas hierbas se meten en una botella
grande de cuello ancho, se cubren de 11/2 litros de aguardiente (38-40°) y se
maceran durante 15 días al sol o cerca de la lumbre. Se agita cada día; lo
mismo se hace antes de colarlo y antes de cada uso. Primero se puede llenar sólo
una botellita para el primer uso; el resto se guarda el tiempo que se quiera
sin colarlo. Las Hierbas Suecas se guardan en botellitas bien tapadas en un
lugar fresco. Así se conserva este elíxir muchos años. Cuanto más viejo se
hace, más eficaz es. * En vez de Aloe se puede tomar Ajenjo en polvo. ** Sólo
se debe tomar Alcanfor natural y únicamente el chino.
La receta del Amargo Sueco fue descubierta
entre los escritos del célebre médico sueco y rector de la Facultad de
Medicina, Dr. Samst, después de su muerte. El Dr. Samst murió a los 104 años de
un accidente que sufrió cabalgando. Sus padres y abuelos también habían
alcanzado una edad patriarcal. Lo que voy a contar ahora suena como un cuento,
sin embargo corresponde a la realidad. Yo era una mujer joven, cuando llegué
gravemente enferma a un lugar cerca de Lembach en el Mühlviertel. Después de
haber sido expulsada de mi patria, los Sudetes Alemanes, estuve en un campo de
refugiados bávaro donde a causa de una intoxicación de carne caí enferma de
tifus, que se complicó con una ictericia y una oclusión intestinal. Más de
medio año estuve en un hospital. Cuando mi marido nos hizo venir a mí, a
nuestro hijo y a nuestras madres a Austria, todavía me sentía tan mala que casi
no podía tenerme en pie. Por la noche me entraban unos dolores como si me
atravesaran el cuerpo con una espada. En esos momentos no podía ni moverme, ni
estar de pie o acostada; los dolores me provocaban accesos de vómitos y
diarreas. Estaba hecha una calamidad. El médico constató que se trataba de
dolores consecutivos del tifus, que se manifestaban con frecuencia muchos años
después de la enfermedad. Un día me trajo una mujer una botellita con un
líquido marrón oscuro de un fuerte olor. Dijo que había oído hablar de mi dolencia
y que quería ayudarme. Esas Hierbas Suecas también la habían liberado a ella de
una mala enfermedad. Me enseñó también la copia de un manuscrito antiguo en el
que se leía en 46 párrafos los males que curaban esas gotas. La mujer dijo
también que la receta provenía de las obras póstumas de un famoso médico sueco
y según estos escritos todos sus familiares alcanzaron una edad fabulosa. Las
Hierbas Suecas curaban, como indicaba el párrafo 43, »tumores pestilenciales y
bubones, aunque estuvieran ya metidos en la garganta«. Por el momento puse la
botellita en el botiquín. No podía creer de ninguna manera que esas modestas
gotas pudieran devolverme la salud, ya que ni siquiera el médico podía
ayudarme. Pero pronto cambié de opinión. Un día, estando sentada ante una
enorme cesta llena de peras muy maduras que tenía que aprovechar antes de que
se estropearan, me sobrevino nuevamente uno de esos ataques tan dolorosos. Como
me enteré que esas gotas no sólo se utilizaban en uso interno, sino también en
uso externo en forma de compresas, me apliqué sin titubear más un algodón empapado
sobre la parte dolorida, lo cubrí con una bolsita de nylon y después de subirme
de nuevo el liguero me senté para continuar mi trabajo. Tuve una sensación muy agradable
de calor y alivio en todo mi cuerpo y de pronto sentí como si alguien me sacara
con un simple ademán, todo el mal de mi cuerpo. Les aseguro que con esa única compresa
que llevé todo el día debajo del liguero, se me quitaron todos los trastornos
que había sufrido durante los últimos meses. La enfermedad había desaparecido
como por encanto, nunca más tuve un ataque. Nuestro hijo, que tenía entonces 6
años, fue atacado por un perro lobo que le dejó la cara muy maltrecha. Se le
quedaron unas cicatrices abultadas de carne viva en la región de la nariz y la
boca. En el *antiguo manuscrito pone bajo el número 31 que las Hierbas Suecas eliminan
todas las cicatrices, estigmas y cortes aunque sean viejos, si se mojan por lo menos
40 veces con las gotas. Así que untamos las cicatrices de nuestro hijo cada día
por la noche antes de acostarse y pronto desaparecieron incluso las que
llegaban hasta el interior de la nariz. Con estas experiencias llegué en 1953 a
Grieskirchen. Un día fui a visitar una granja y me encontré a la joven
campesina en la cuadra ordeñando las vacas. La mujer, madre de dos hijos, en
lugar de saludarme me dijo: »Haz conmigo lo que quieras, estoy rendida, ya no puedo
más«. Desde semanas padecía de insoportables dolores de cabeza y como el médico
temía que se tratara de un tumor en la cabeza, le ordenaba hacerse una radiografía
en Linz. La misma tarde mandé a mi hijo con una botellita de Hierbas Suecas a casa
de la enferma, para que con una compresa, por lo menos se le calmaran los
dolores durante la noche. Qué grande fué mi sorpresa, cuando a las 7 de la
mañana vi al campesino delante de la puerta de mi casa. »¿Qué le has mandado a
mi mujer? Después de aplicarle un algodón húmedo, los dolores desaparecieron a
los dos minutos. Esta mañana han bajado por la nariz hacia la garganta como dos
tapones marrones del espesor de un dedo meñique.« Era una sinusitis que no
había sido tratada y que con una sola compresa de Hierbas Suecas se curó. Esta
campesina todavía hoy jura por las Hierbas Suecas. Gracias a ellas pudo salvar
hace años a su hijita de una grave pulmonía aplicándole unas compresas, por lo
cual nunca le faltarán en casa las famosas gotas. Una mujer padecía desde hacía
meses de una dolorosa sinusitis purulenta que le impedía la respiración por la
nariz y le causaba dolores de cabeza insoportables. Antibióticos y radioterapias
no mejoraron su estado de salud. Por fin se puso, durante las noches, compresas
de Hierbas Suecas. La primera noche ya sintió cierto alivio, y después de las tres
siguientes noches, las vías respiratorias estaban libres y por la nariz le
salieron grandes tapones de pus. Un día me encontré por casualidad con una
mujer que conocía sólo de vista y que después del nacimiento de su sexto hijo
parecía ser su propia sombra. Le hablé y me explicó que por el momento no
conseguía comer nada. Estaba obligada a que cuidaran de sus hijos. Le aconsejé
las Hierbas Suecas. Al cabo de unas tres semanas la volví a encontrar y era
otra vez la mujer fresca y sana de antes. Dijo que las gotas habían hecho maravillas,
ya podía comer de todo y los niños habían vuelto a casa. »Era como si un bicho
grande se hubiera apartado de mi cuerpo«, comentó y contó que su madre que desde
hacía mucho tiempo andaba con bastón, tuvo que ingresar en el hospital con un
pie muy hinchado. Las 75 inyecciones que le pusieron no le ayudaron. Así que le
mandó a su madre el antiguo manuscrito y le recomendó las Hierbas Suecas, las
cuales tuvieron enseguida efecto. El pie ya tenía su forma normal y no
necesitaba el bastón.
Un día recibí una carta de Alemania, en la
cual una conocida me rogaba que me interesara un poco por su sobrina que estaba
de momento sometida a una cura en Gallspach. Cuando la joven vino por primera
vez a mi casa me quedé pasmada. La sacaron del coche y ayudándose de un par de
muletas, consiguió con dificultad subir hasta el primer piso; a pesar de la
ayuda que le prestamos tardó un cuarto de hora en llegar. Las articulaciones de
ambos pies las tenía deformadas y los dedos estaban tiesos e incapaces de
sostener algo. Andaba arrastrando los pies y empujando el tronco bruscamente
hacia delante. Yo estaba a la puerta de mi casa con las manos sobre el corazón
.y sin poder decir nada más que: »¿Cómo ha cogido usted, siendo tan joven, esa enfermedad
tan mala?« »De la noche a la mañana, después del cuarto parto«, contestó. Así
que de pronto y cuando menos se lo esperaba, esta bella y joven mujer se
encontraba deformada y sin poder levantarse de la cama. En Alemania la llevaron
de un médico a otro y nadie podía ayudarle. Dos veces al año, ya desde hacía cuatro
años, venía a Gallspach al doctor Zeileis, quien tuvo que decirle que no podía
curarla sino solamente aliviarla. Se me estremecía el corazón al ver cómo
intentaba, con sus manos deformadas, llevarse la taza de café a la boca. Le
recomendé las Hierbas Suecas que entonces vendían en Alemania bajo el nombre
»Crancampo«. Hoy ya venden en muchas farmacias las Hierbas Suecas preparadas
según la receta indicada más arriba. Le dije que probara a ver si le ayudaban.
Eso fue en febrero de 1964. En septiembre del mismo año recibí una llamada telefónica
de la misma mujer desde Gallspach, rogándome que fuera a buscarla a la parada
del autobús. Primero me extrañé, pero más tarde, cuando bajó del autobús una joven
con una sonrisa en los labios y con un solo bastón en la mano, me quedé con la boca
abierta. El agarrotamiento y la deformación de las manos había desaparecido,
así como gran parte de las deformaciones de los pies. Únicamente en la pierna
izquierda tenía la rodilla y el tobillo hinchados. Cuando nos vimos un año más
tarde, el 3 de agosto de 1965, la pierna estaba también curada. Entonces vino
por última vez a Gallspach, sin bastón y completamente sana. Cuando nació su
cuarto hijo, sus riñones sufrieron tales trastornos que le causaron del día a
la mañana aquellas graves deformaciones. Según mis consejos tomó tres veces al
día una cucharada sopera de Hierbas Suecas diluídas en un poco de agua tibia;
las bebía cada vez a sorbos antes y después de las comidas. Aunque se trataba
de una maceración en aguardiente, los riñones soportaron el tratamiento. Voy a
seguir contándoles mis experiencias con las Hierbas Suecas para demostrarles su
eficacia maravillosa. De mi hermana que vive en Alemania supe que una conocida
nuestra de Leipzig se encontraba desde hacía 15 años dependiendo de un sillón
de ruedas. Durante los años de la segunda guerra mundial había vivido en Praga
y en 1945 fue obligada, como muchos otros alemanes, a vivir en el sótano de su
casa. Allí tuvo que quedarse durante muchas semanas sin tener ni siquiera paja
para acostarse. Más tarde se fue con su marido a Leipzig, donde pronto se
presentaron deformaciones gravísimas de las articulaciones. La consecuencia fue
una vida en el sillón de ruedas. Yo sólo me enteré de ese caso, cuando el
marido murió repentinamente dejando a su mujer sola, la cual encima de todo,
tuvo que dejar su piso y trasladarse a una habitación ya amueblada.
No está permitido mandar desde Austria a la
República Democrática Alemana, hierbas medicinales u otros productos que puedan
servir de medicamentos. Por eso tuve que ir cada vez — es decir, dos veces por
mes — a un pueblo fronterizo bávaro para enviar las Hierbas Suecas a Leipzig.
Pronto recibí noticias positivas. La enferma tomaba tres veces al día una
cucharada sopera de las gotas diluidas en un poco de agua, a sorbos distribuidos
antes y después de las comidas. Poco a poco iban curándose las deformaciones y
las articulaciones se volvieron más ágiles. Rezábamos a Dios, ella en Leipzig y
yo en Grieskirchen. Después de nueve meses llegó el momento en que la convaleciente,
que había estado 15 años paralizada en su silla de ruedas, pudo salir por primera
vez de casa. De día en día iba mejorando. Ya podía limpiar sola las ventanas de
su habitación y ocuparse de sus demás quehaceres. Ya no dependía de la ayuda de
personas caritativas. El detalle siguiente demuestra la gran confianza en Dios
que tenía a pesar de su grave enfermedad: Un tilo que crecía delante de su
ventana era la mayor alegría de su vida durante su larga invalidez. Lo
contemplaba cuando brotaba y florecía y cuando más tarde se volvían las hojas
amarillas. En invierno observaba a los pajaritos que se posaban en las ramas
desnudas y todo eso era una continua fuente de felicidad para ella. Cada día
daba gracias al Señor por ese don. Nosotros solíamos ir a bañarnos al lago de
Offen y nos gustaba sentarnos en un tronco de árbol caído que estaba a la
orilla. Un día ese tronco anguloso estaba levantado y apoyado contra la valla
de la pradera. Al lado mismo deposité mi bolsa de baño. Antes de marcharnos a
casa estuve allí inclinada arreglando mis cosas, cuando sentí un dolor como si
me partiera un rayo. Ese tronco tan pesado se me había caído encima de la
pierna.
Desde la rodilla hacia abajo se puso la
pierna morada y salieron dos bultos tan gruesos como el puño. Me llevaron al
coche y me subieron a la habitación. Mi marido quería llamar a un médico pero
yo rogué que me aplicaran una compresa con Hierbas Suecas. Media hora después
ya pude bajar sola al comedor y al día siguiente la pierna estaba lisa como antes.
Ya no se veía ninguna señal de las hematomas y los bultos también habían desaparecido.
En ese lago hubo otro incidente. A una niña de cuatro años le picó un avispón
en el brazo. Este se hinchó desmesuradamente. Fui enseguida a buscar las
Hierbas Suecas y antes que los padres y la niña estuvieran vestidos ya había
vuelto yo con las gotas. Yendo a donde estaba el coche ya le puse a la niña el
algodón empapado con Hierbas Suecas y durante los tres minutos que tardamos en
llegar al coche, la hinchazón desapareció. Ya no hacía falta el médico. Cogiendo
un día frambuesas me picó un insecto venenoso en el pulgar. Durante la noche el
dedo se hizo como una morcilla de gordo. En la tienda donde hacía la compra una
mujer exclamó: »Usted debe ir rápidamente al hospital; una infección así puede
causarle la muerte«. Pero antes de acostarme me cubrí el dedo con un algodón
empapado en Hierbas Suecas y al día siguiente el pulgar había recobrado su
forma normal. Una vez tuve muy mala suerte en el lavadero. Era en aquel tiempo
en que las máquinas lavadoras lavaban pero todavía no enjuagaban. La ropa, que
estaba bastante enredada, se tenía que sacar del agua caliente con ayuda de
unas grandes pinzas de madera. Tengo la costumbre de hacerlo todo rápido y con
ímpetu. Sucedió que la ropa enjabonada se me escurrió de las pinzas y éstas me
dieron con mucha fuerza en el ojo derecho.
Aturdida de dolor y medio ciega subí a
tiento al primer piso. Apenas hube aplicado el algodón mojado con Hierbas
Suecas sobre el ojo, se cortaron los insoportables dolores. Después de un rato
me contemplé ante el espejo y ví que toda la región alrededor del ojo era un
moretón. Me puse un algodón humedecido de Hierbas Suecas sobre el ojo, lo cubrí
todo con un trocito de plástico y lo sujeté con un pañuelo atado a la cabeza;
un cuarto de hora después ya bajé otra vez al lavadero. Seguí el mismo
procedimiento durante unas cuantas noches para evitar que se formara algún mal
detrás del ojo.
Estando, como todos los años, sometida a
una cura de baños de Kneipp en Mühllacken, entró en mi habitación la enfermera
superior seguida de una mujer que se retorcía de dolores. Esta padecía de
graves cólicos biliares y venía por si podía ayudarle con algún remedio. Los
medicamentos no le habían sido eficaces y el médico le aconsejaba que se operara.
Le dije que se descubriera el vientre y le apliqué una compresa de Hierbas Suecas
en la región del hígado (en esta clase de tratamientos hay que untar antes la
piel con manteca de cerdo o pomada de Maravilla, ya que el alcohol podría
irritar la piel. Primero se aplica a la parte dolorida un trozo de algodón
empapado y bien escurrido, después un algodón seco y encima un pedazo de
plástico para que se mantenga todo caliente. Finalmente se envuelve todo con un
trozo de tela y se ata. Al quitar la compresa se empolva la piel para evitar
cualquier irritación). En el momento en que iba a colocarse de nuevo la faja,
la mujer exclamó: »Ya no tengo dolores« y se incorporó. En unos instantes había
desaparecido su mal. Aparte de la aplicación de compresas, empezó a tomar más
adelante gotas de Hierbas Suecas por vía oral, a saber, tres veces al día una cucharadita
de gotas diluidas en agua o tisana. No volvió a tener más cólicos. Desde hacía
años me ocupaba de una anciana que vivía sola. Al principio la comunicación con
ella era muy dificil a causa de su sordera. En el antiguo manuscrito se puede
leer que las Hierbas Suecas restablecen también el oído perdido. Así que la
incité a que se aplicara repetidas veces al día unas gotas de Hierbas Suecas en
el conducto auditivo. Con el dedo índice se introducen las gotas en el oído. No
hay que olvidar untarse el oído de vez en cuando con un poco de aceite para
evitar picores. La mujer empezó a untarse también las regiones alrededor de la
oreja y de los ojos, así como las sienes y la frente. Pronto volvió a oír y la
cara también recobró un aspecto juvenil y fresco. Una vez la misma señora al
bajar del autobús fue atropellada por un coche y cayó con tan mala suerte que se
dió con la cara en el suelo. También fueron las Hierbas suecas las que
restablecieron su cara amoratada. El pasado 1 de febrero esta anciana celebró
su 89 aniversario. Ahora oye muy bien y podemos hablar sin dificultades.
Cuántas personas que han oído mis conferencias me comunican que gracias a las
Hierbas Suecas han recobrado el oído y pueden prescindir del audífono. Así que
las gotas de Hierbas Suecas son un remedio contra la sordera y contra toda
clase de dolores, sean internos o externos. Como activan la circulación de la
sangre eliminan rápidamente los dolores. Por eso son muy indicadas para los
enfermos de epilepsia; se les aplica compresas empapadas en el cogote. La causa
de esos ataques pueden datar de sucesos lejanos, por ejemplo, un choque o un golpe
en la cabeza en al infancia. En ocasión de una conferencia en Gallspach hablé
con un joven que había sufrido un grave accidente de coche: doble fractura de
la base del cráneo. Después de curarse las fracturas, el joven tenía cada día
ataques de epilepsia. Le aconsejé, que se aplicara compresas de Hierbas Suecas
en la parte posterior de la cabeza y que bebiera cada día cuatro tazas de
infusión de Ortiga con dos cucharadas de Hierbas Suecas. En casos graves de
epilepsia es muy conveniente apoyar el tratamiento con tisana de Ortiga. Unos meses
más tarde el chico vino a verme para decirme que los ataques epilépticos habían
cesado. En la meningitis cerebral, las heridas en la cabeza por golpes o
caídas, el tartamudeo y los trastornos del lenguaje, las cataplasmas de Hierbas
Suecas aplicadas en el cogote dan muy buenos resultados. De la misma manera se
trata la sinusitis. Vuelvo a repetir que en todos estos casos de enfermedades
graves es imprescindible consultar primero al médico.
Según las cartas que recibo de pacientes,
las compresas de Hierbas Suecas que he recomendado han sido muy eficaces en la
curación de desprendimiento de la retina y en la retina porosa. Todas estas
personas estaban a punto de perder la vista. Estascompresas se dejan actuar
cada día una hora sobre los ojos cerrados. También los ojos sanos, sobre todo
los ojos cansados se deben tratar preventivamente con estas compresas; al mismo
tiempo se untan, por la mañana y por la noche, los párpados y los ángulos del
ojo con Hierbas Suecas. De esta manera uno puede conservarse una buena vista
hasta una edad avanzada. Siendo las Hierbas Suecas un remedio tan excelente
para nuestra salud, no deberían faltar en ningún botiquín. No sólo se deben
tener siempre a mano en casa, sino también tendrían que acompañar a uno en cada
viaje. Sea que la comida fuera de casa no siente bien, y que se necesite un
tonificante para el estómago o la bilis, sea que uno se siente agotado o
mareado — en estos casos las Hierbas Suecas son un verdadero elixir. Se bebe un
trago diluido en un poco de agua y, en uso externo, se untan las sienes, la
frente,los ojos y la zona detrás de las orejas y enseguida se tiene una
sensación estimulante en todo el organismo. Si se coge de improviso un catarro
con todos los síntomas concomitantes, como cansancio, abatimiento, pesadez en
la frente y en el estómago, no hay más que acercarse un pedazo de algodón,
mojado con gotas de Hierbas Suecas, a la nariz y respirar profundamente.
Enseguida se siente alivio en la zona de la frente y nariz. Si el constipado ya
está más avanzado y ha afectado los bronquios, conviene aspirar las gotas por
la boca. También en este caso se obtendrá una ayuda inmediata. En tiempo de
gripe se toma cada día una cucharadita, y si es necesario de vez en cuando una
cucharada, en un poco de agua tibia; con ello está uno inmunizado contra la
influenza. Dondequiera que se presenten dolores, las Hierbas Suecas ayudan
siempre, sea en uso interno o externo en forma de fricciones o compresas. Hace
unos años tuve un cólico renal. El médico interrumpió su consulta para venir a
mi casa. Mientras tanto me puse un paño con Hierbas Suecas en la zona de los
riñones y cuando llegó el médico ya no tenía dolores. Me avergoncé de haberle
hecho perder su tiempo precioso. Pero él sólo quiso saber cómo había hecho
calmar el cólico. Cuando oyó que la compresa había ayudado, dijo: »Excelente,
entonces no hace falta darte una inyección«. El mismo estaba convencido de las
virtudes de las Hierbas Suecas. Desde entonces, cada vez que iba a su consulta
decía: »A ti no te receto nada, tú ya tienes tus Hierbas Suecas«. El fue
también quien me familiarizó con muchas otras plantas medicinales. Una vez vino
a verme una señora mayor, que desde hacía años caminaba con un bastón. La gota
y el reumatismo la habían encorvado. No le ayudaba ninguna medicina y la pobre tenía
los nervios destrozados. Con tres cucharaditas de Hierbas Suecas, bebidas con infusión
de Ortiga y Cola de caballo, se mejoró tan rápidamente que a las tres semanas
ya andaba sin bastón. Como es sabido, por la Candelaria suelen haber el mayor
número de funerales. En esa época una cantante de nuestro coro se lastimó
patinando. Como éramos pocos en el coro, la echamos mucho de menos. Después de
la misa la encontré en la ciudad. Dijo que le era imposible subir la escalera
empinada del coro con su rodilla anquilosada. Poco después estuve en su casa
con todo lo necesario para hacer una compresa. La mujer, que era la esposa de
un médico, observaba mis preparativos con cierto escepticismo. Pero cambió de
opinión cuando al poco rato pudo mover la rodilla sin dificultad alguna y al
día siguiente ya subió como si nada la escalera del coro. Desgraciadamente
faltaba otra cantante que se había torcido el tobillo practicando nuestro »tan
sano« deporte invernal. Sólo sabíamos que se encontraba en el hospital.
Entonces la que estaba apenas curada de su rodilla me rogó que también ayudara
a la otra mujer. Lo hice de mala gana porque ya la habían tratado en el
hospital, pero finalmente pensé que si no se curaba, quién sabe si al día
siguiente no tendría que cantar yo sola en el coro. La enferma estaba ya en
casa, tendida en el sofá-cama con el tobillo todo hinchado. En el hospital sólo
le habían aconsejado que procurara colocar el pie en alto. Tenía fuertes dolores.
La compresa con las Hierbas Suecas la alivió instantáneamente. Al día siguiente
vino al coro, aunque las calles estaban cubiertas de hielo. Los dolores y la
hinchazón del tobillo habían desaparecido y nuestro réquiem estaba salvado. Durante
una visita en el Mühlviertel, estando sentada en una fonda, me di cuenta de que
un señor de la mesa de al lado se retorcía de dolor. Dijo que estos accesos se
repetían a menudo y que no le ayudaba ningún medicamento. Saqué mi botellita
con las gotas de Hierbas Suecas, puse una cucharada en un vaso con agua tibia y
se lo di a beber. Mientras vaciaba el contenido del vaso ya le volvían los
colores de la cara y se quedó sorprendido al ver que los dolores se calmaron
tan rápidamente. Medio año más tarde estuve otra vez en aquel lugar. Ya había
olvidado aquel suceso, cuando un señor se me acercó dándome entusiastamente las
gracias. Estaba visiblemente rejuvenecido. Dijo que había preparado él mismo la
maceración de Hierbas Suecas y que las tomaba. Todas las molestias que había
sufrido-por el páncreas y la gastritis aguda se le habían quitado. Como las
Hierbas Suecas curan las afecciones pancreáticas, se pueden recomendar también
a los diabéticos. Los nevus, las verrugas y las manchas, incluso los angiomas y
los quistes sebáceos se curan untándolos frecuentemente con Hierbas Suecas; del
mismo modo se eliminan los callos y las almorranas. El zumbido y el silbido de
oídos se combate introduciendo en los oídos un taponcito de algodón embebido
con Hierbas Suecas. Estas fortalecen asimismo la memoria frotándose repetidas
veces la nuca con ellas; limpian la sangre y activan su circulación, eliminan
cólicos e indigestiones, dolores de cabeza, toda clase de trastornos del
estómago y de la bilis, así como afecciones del hígado y de los riñones (aunque
el enfermo tenga prohibido el alcohol). En los casos de trombosis y flebitis se
pone en la parte enferma una capa de un milímetro de espesor de pomada de
maravilla antes de aplicar la compresa de Hierbas Suecas. Después de la
curación se hacen pediluvios de Ortiga para fomentar la circulación de la
sangre. Las gotas de Hierbas Suecas son un remedio contra el estreñimiento, los
mareos, e incluso las parálisis. Son una gran ayuda contra todos los males.
Curan incluso enfermedades cancerosas. En los dolores agudos se toma una
cucharada de las gotas diluidas en un poco de agua o tisana. Tomando tres veces
al día, por la mañana, al mediodía y por la noche, cada vez una cucharadita de
Hierbas Suecas con agua o infusión, se conserva uno sano y fuerte hasta la edad
más avanzada. Ya que se emplean sin excepción contra todos los males, se puede
considerar como el mejor remedio para recuperar y mantener la salud del hombre.
Despiertan el espíritu y devuelven las fuerzas vitales, que hoy en día nos
hacen tanta falta. ¡Conserve mediante este maravilloso elíxir su salud, su
capacidad de trabajo y el amor por su familia y el prójimo! Estando de visita
en una casa de campo me enteré de que al hijo del campesino, un niño de doce
años, estaban a punto de operarle de un oído. Detrás del tímpano se había
formado, como consecuencia de una inflamación, un foco purulento. Yo estaba en
contra de la operación, ya que habían habido casos semejantes en que uno había
perdido el oído. Empezaron a introducirle al niño en el oído taponcitos de
algodón empapados de Hierbas Suecas. Así le iban sacando cada vez una cantidad
de pus, y pronto se le calmaron los dolores y pudieron evitar la operación.
En un caso incurable de cáncer del
intestino — se trataba de una madre joven de cinco hijos, a la cual el médico
le pronosticó sólo unos días de vida — recomendé el siguiente tratamiento:
Compresas de Hierbas Suecas sobre la zona de los intestinos afectados y
simultáneamente una maceración de raíces de Cálamo aromático (una cucharadita
de raíces se dejan a remojo en una taza de agua fría durante la noche), de la
cual se bebe un trago antes y después de cada comida, además una infusión
purificante de la sangre hecha con Maravilla, Milenrama y Ortiga, en partes
iguales. De esa infusión hay que beber dos litros, distribuidos a sorbos
espaciados durante el día. Hoy esa mujer ya se siente tan bien, que se puede
contar con una curación completa. Una mujer de Heilbronn /Alemania escribe: »Mi
sobrino de 41 años me escribió hace unos diez meses desde Sacramento /California,
diciendo que padecía cada día de graves hemorragias intestinales y que según
los médicos se trataba sin duda de un cáncer intestinal. Era necesario abrirle
un ano artificial. Le mandé enseguida su folleto ,Salud de la botica del
Señor', lo mismo que Hierbas Suecas, raíces de Cálamo aromático y otras hierbas
como Maravilla, Milenrama y Ortiga. Mi sobrino siguió los consejos del libro.
Al cabo de un año pudo volver a trabajar normalmente. Las hemorragias
intestinales tan fuertes que había sufrido se cortaron al cuarto día del
tratamiento y poco a poco desapareció el cansancio y se normalizó el peso.» Un
hombre de 52 años llevaba diez años bajo tratamiento médico por asma cardíaco y
tomando ocho tabletas diarias; desde hacía años sólo podía dormir sentado y a
cada paso que daba levantaba los brazos para poder coger más aire y sólo
conseguía respirar penosamente. Como según mi parecer su disnea no provenía del
corazón sino del hígado, le apliqué a la zona del hígado una compresa de
Hierbas Suecas y le hice beber por la mañana y por la noche cada vez una taza
de infusión de Licopodio con una cucharadita de Hierbas Suecas. Mi sospecha se
confirmó a partír de la primera noche. Por fin pudo dormir acostado. Su grave
disnea le había impedido salir desde hacía tiempo de su casa Las Hierbas Suecas
junto con el Licopodio le ayudaron de tal manera que a partir del tercer día
del tratamiento pudo efectuar dos paseítos diarios por su jardín. Ahora se
encuentra en vía de curación completa. Una herida postoperatoria que no
conseguía curarse, se cicatrizó en un abrir y cerrar de ojos, después de haber
tomado el enfermo un buen trago de Hierbas Suecas. Ese único trago motivó la
curación de la herida que había estado abierta desde hacía tres años, a pesar
de haber sido tratada varias veces al día. Otras inflamaciones o supuraciones
viejas, causadas a veces por accidentes y que requirieron operaciones o
punciones, se curaron, según me han informado, con Hierbas Suecas, en uso
externo e interno. Una criada de Burgenland me contó que su sobrina de 23 años
padecía desde su nacimiento de sordera. Durante una consulta en la Clínica
Universitaria le explicaron que una operación no daría ningún resultado en su
caso. La mujer le recomendó a su sobrina las Hierbas Suecas; dijo que introdujera
las gotas en el oído. Todos se quedaron pasmados cuando a los quince días de su
tratamiento la sobrina oía normalmente. He aquí una carta de Graz, en Estiria,
que no quiero dejar de presentar a mis estimados lectores: »Por casualidad o
quizás por la Divina Providencia, tuve en el autobús una conversación con un
anciano de 74 años que me explicó contentísimo cómo las Hierbas Suecas le
habían devuelto el oído. En 1944, durante la guerra se quedó sordo a causa de
una grave herida en la cabeza con lesiones cerebrales. Su alegría se explica
sabiendo que el hombre recobró el oído sólo por introducirse tres veces un
taponcito de algodón embebido de Hierbas Suecas en los oídos.« — — (Estos
informes se pueden comprobar con las cartas) Un señor de Baviera Alta escribe:
»En un accidente me lastimé el brazo derecho. Las gotas de Hierbas Suecas me
calmaron rápidamente los dolores insoportables. Estaba completamente sordo de
un oído; dos aplicaciones de gotas de Hierbas Suecas me devolvieron como de
milagro el oído: Después de casi diez años de sordera pude oír otra vez el
tictac del reloj.« — ¡A cuántos sordomudos se podría ayudar de esa manera! Y
aunque fuera sólo a uno, valdría la pena. Después de una conferencia supe de
una oyente que padecía desde hacía dos años de relajación del esfínter. Los
médicos declararon el mal por incurable. Hierbas Suecas junto con tintura de
Pan y quesillo (véase en »Pan y quesillo« Modos de preparación), así como
cuatro tazas de infusión de Pie de león y seis tragos de maceración de Cálamo
aromático diarios curaron a la mujer en pocos días. Desde Viena me llegó una
llamada telefónica y una mujer exclamó: »Le doy las gracias por sus Hierbas
Suecas«. Contó que siendo una niña de doce años, en una excursión a las
montañas, una chica que iba delante de ella, le dió sin querer una patada en la
cara con la bota. En los siguientes 40 años padeció continuamente de
supuraciones de la mandíbula que motivaron más de 16 operaciones y repetidas
punciones. Tuvo que interrumpir los estudios y no pudo ejercer la profesión que
deseaba y con constantes dolores en la mandíbula trabajó de criada en una
familia. Cuarenta años más tarde, ella ya tenía 52 años, leyó el informe sobre
las Hierbas Suecas y se aplicó compresas en la zona de la mandíbula. Hoy ya
está liberada de los dolores.